La violencia afuera

Necesitamos atacar la violencia y erradicarla de nuestros hogares.

La violencia empieza mucho antes de que lo noten maestros, familiares, jueces y policías.

La violencia de género está vinculada con fenómenos de carácter culturales y sociales, que remiten a una organización familiar de características patriarcales, donde el hombre ha sido colocado en un lugar de supremacía, pero también de muchísima presión.

Se espera mucho de él desde su infancia. El hijo varón debe ser valiente, atlético, no debe llorar ni mostrar sus sentimientos, inventarse a sí mismo como un super héroe que todo lo puede,  para alegría de madres, maestras  y abuelas.  Por ese gran sacrificio que lo tensiona permanentemente,  recibe todas las atenciones de mamá quien lo excluye de tareas domésticas porque él debe ser fuerte y está para cosas más importantes.

También suelen ser destinatarios de los castigos más duros por parte de sus padres y de sus compañeros. Durante décadas se naturalizó el trato vejatorio y denigrante que practicaban los hombre contra su pares en espacios reservados para la masculinidad como el servicio militar o ciertos colegios al que asistían exclusivamente hombres.

Estos niños se transforman en hombres que en sus propios hogares replican esta situación, saben que las órdenes no se discuten y subjetivamente se sienten como  los únicos responsables de llevar adelante la familia. Sienten que sus mujeres son inútiles, a pesar que muchas de ellas tengan más y mejor preparación intelectual.

En esos hogares las decisiones parten de un solo lugar, no se discuten ni se llegan a consensos. Las mujeres confían ciegamente en ese hombre proveedor todopoderoso y le perdonan todo tipo abusos. Ellas tienen que hacer malabares para trabajar, limpiar la casa y criar a sus hijos, pero a pesar de ello magnifican el trabajo de sus maridos y subestiman el propio.

Ellos llegan cansados, de mal humor, culpan a sus jefes y compañeros de sus fracasos y frente a ese tendal de reclamos nadie puede molestarlos. La siesta de los hombres es sagrada.

Las mujeres no descansamos lo suficiente atiborradas de tareas domésticas, pero estas no cuentan.  En este contexto la mujer pierde el deseo sexual, pero piensa que por estar casada está obligada a mantener relaciones que no quiere y se siente obligada a jugar su rol de madre perfecta.

Cuando la situación no da para más y la mujer sugiere un cambio o directamente propone una separación se genera un clima aún más hostil, se busca la razón en otro hombre, se la degrada, se la trata de puta, siempre siempre se busca un culpable.  En definitiva se intenta por todos los medios de denigrarla y rebajar aún más su autoestima para que no salga de ese circuito de abuso y violencia.

No todas las mujeres llegan a comprender que  es una problemática compleja, y que deben atender con ayuda profesional, algunas lo intentan, otras no, pero todas,  cuando lo hacen empiezan a reconocer rasgos característicos de hombre violentos, y empiezan a darse cuenta que no están solas.

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En muchos casos comprenden que una denuncia a tiempo las puede proteger a ellas pero que también es un ejemplo para sus hijos comprenderán que la violencia no es un recurso, y que cuando se utiliza existen instituciones que le ponen freno.

No es un camino fácil pero es el único camino posible para recuperar tu vida y la de tu familia.

Dra. Natalia  Alejandra L. Ferrari / Abogada de Familia

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